Paco Naranjo: el malabarista de las tipologías industriales

Un día, al emerger de la oficina del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social ubicada al norte de la Avenida Río Coca, mi mirada divisó la maravillosa perspectiva de un volumen blanco perforado con aureolas de color naranja, que contrastaba con la –digámoslo- fealdad de un entorno industrial raído y descuidado que, sin embargo, se está convirtiendo en una de la zonas de desarrollo arquitectónico más prósperas de Quito (gracias a las inversiones de las comercializadoras de automóviles en la Avenida Eloy Alfaro y los promotores de vivienda). Su presencia me atrajo de manera irresistible: “debe ser el diseño de un arquitecto jovencísimo,” pensé. “Sólo un diseñador joven pudo haber aplicado de manera tan brillante un concepto que es evidentemente digital a una resolución arquitectónica industrial, utilizando prefabricados”. Me dejé arrastrar por el híbrido. Cuando llegué a la base del edificio tuve la suerte de coincidir con el ingeniero de la obra. Le pregunté por su arquitecto: “Francisco Naranjo”, me respondió. Francisco, mi estimado colega Paco Naranjo, a quien conocía por sus talleres de diseño en la FADA-PUCE, reconocidos por su énfasis en lo urbano. A la agradable sorpresa se sumó el colapso de mi prejuicio inicial: Paco ha educado a varias generaciones de arquitectos. Su obra no es la obra de un jovencito, es la de un hombre maduro que no ha perdido ni elasticidad, ni dinamismo, ni originalidad, ni resistencia. Ya me lo habían dicho: la juventud es eterna en los espíritus curiosos, inquisitivos e inconformistas. No me equivoqué: la obra fue, en efecto, diseñada por un arquitecto jovencísimo.




Paco, ¿cómo nació este interesante proyecto?
El proyecto surgió de mi relación de amistad con el gerente de la empresa, una distribuidora de materiales para la construcción. Su programa combina la zona administrativa de la firma con una bodega y un almacén. No es un contenedor mono-funcional. Combinar programas con exigencias tan disímiles me obligó a pensar.




¿Cómo lo resolviste?
Me propuse lograr que los tres componentes se diferenciaran en un proyecto con carácter unitario, utilizando el principio mismo del contenedor a diversas escalas.

Como en una matrioska…
Exacto. Es una arquitectura dentro de la arquitectura y existen elementos de transición entre los volúmenes diferenciados de la bodega, el almacén y la zona administrativa. El bloque administrativo tiene tres plantas. Ubicamos la zona de atención al público en la planta baja, las oficinas en la segunda y al equipo de ventas e informática en la tercera. La unidad se logró gracias a la materialidad del envoltorio, donde se conjugan la estructura y la piel, a la vez que se establecen las relaciones entre interior y exterior. Los envoltorios de los distintos contenedores me permitieron articular el conjunto coherentemente. Tuvimos que jugar con la estructura, puesto que necesitábamos alcanzar una luz de 28 metros en el contenedor principal, para que funcionara el conjunto. Fue un proceso de trabajo interesante e intenso con Guillermo Gómez, el calculista.




Cuéntanos un poco sobre el encubrimiento. Es un sistema modular y, sin embargo, dista mucho de ser monótono.
Para diseñar la piel partimos de una simple malla espacial, hecha con elementos metálicos cilíndricos, con tubería. Le propusimos al cliente utilizar los productos Plycem que él distribuye, y convertir a la fachada en un escaparate, un show room urbano. Las placas vienen en formatos estandarizados. Surgió el reto de extraerle expresión a un material industrial. Decidimos atenernos a la economía de medios y armar una lógica de ensamble en la cual el desperdicio fuera mínimo. Aprovechamos al máximo la superficie de cada placa. Para permitir que el interior estuviera bien iluminado, perforamos un módulo básico que se repite y rota para conformar el patrón geométrico. Cada módulo está compuesto por nueve unidades. Diseñamos el patrón sobre el piso, experimentando con distintas combinaciones. La estrategia derivó en una luz tamizada y dinámica hacia el interior –sus ángulos e intensidad varían a lo largo del día. Además introdujimos un lucernario.





¿Y el color naranja?
Es el color de la marca. Pintamos la malla con este color, de manera que se viera a través de las perforaciones, dando a la fachada un relieve, un grosor. Se superponen planos naranja con planos de un gris oscuro. Utilizamos ribetes para asir las placas a la malla; por dentro, la expresión es blanca. El interior se define por contraste con el exterior. La opacidad y solidez de los volúmenes interiores permiten que se lea la materialidad de la piel exterior. La lógica de las perforaciones se aplicó también a la escalera. Nos interesaba utilizar los mismos principios de la arquitectura en todos sus componentes.



La propuesta estética -gráfica y tectónica a la vez- es inesperada para un edificio industrial.
Un edificio industrial, como todo tipo de edificación, debe incorporar valores de calidad estética. Si como arquitecto te invitan a diseñar una bodega, tienes que aprovechar la oportunidad. Toda tipología ofrece una buena oportunidad y merece igual esfuerzo. El edificio es tectónico porque se lee la manera en que está construido. Esa fue justamente nuestra intención. La estructura y el sistema constructivo también son estéticos; no solamente el volumen, la espacialidad y la superficie.

¿Cómo lo pensaste (al proyecto) en términos de la ciudad?
Quisimos hacer una arquitectura pensada desde el perno hasta el contexto. El fin último fue valorizar el sitio; un paisaje de fábricas, techos de media agua, galpones… Muchas cosas están pasando en su entorno: un edificio de la Mutualista Pichincha está en construcción; se abrió un centro comercial en las cercanías; la Mazda inauguró una distribuidora. Queríamos contribuir al proceso de renovación urbana, reciclaje y densificación ofreciendo un elemento que comience a diferenciarse del urbanismo basura que ocupa gran parte de la ciudad. El papel que juega la arquitectura no puede seguir subestimándose en nuestra sociedad. Ha perdido trascendencia en nuestro país, a pesar de que la arquitectura es la ciudad, y la ciudad, nuestro reflejo, una de las manifestaciones más rotundas de la colectividad. Nuestro espíritu es el espíritu del lugar. Es vital que recuperemos el valor de la arquitectura y que las instituciones públicas y privadas la apoyen a través de concursos y visiones menos conservadoras de lo que es posible lograr desde un punto de vista tecnológico.

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