Artículo publicado en Revista Clave, Quito, Nov. 2010
Autor: Ana María Durán Calisto
Nunca antes había entrevistado a alguien caminando. Y eso fue lo que hicimos con Alexis y Osvaldo, deambular por los espacios de la Factoría del Conocimiento, palpando las texturas de las paredes de piedra y tierra, observando las bellas cerchas de madera del que fuera un galpón industrial, ubicándonos bajo la línea de sombra de las ventanas y, por supuesto, conversando –conversando sobre el edificio, su historia, la filosofía detrás de la rehabilitación, la postura de la intervención nueva frente al tejido arquitectónico existente. Si hay un tema que está siendo debatido y recuperado entre los arquitectos y urbanistas del mundo entero, desde la China preocupada por la pérdida de los centros históricos que los turistas occidentales reclaman cuando la visitan; pasando por los diseñadores norteamericanos que buscan descifrar cómo reactivar las estructuras obsoletas de su era industrial, cuyas ciudades se vacían y encojen; hasta los artistas latinoamericanos, muchos de los cuales levantan su discurso sobre las ruinas de una Modernidad que se descascara o tritura, víctima de la negligencia o la sustitución; o los medioambientalistas, quienes sostienen que el continuo reemplazo de lo existente por lo nuevo es insostenible, de cara al agotamiento definitivo de los recursos naturales y las materias primas en un planeta cuyas fronteras (en el sentido de “territorio por descubrir o explotar”) se reducen al punto que las próximas conquistas comienzan a postularse en Marte o la luna. El imperativo de reciclar lo que tenemos y aquello que solíamos desechar se ubica en el centro de los debates de la contemporaneidad. Por eso, me pareció importante devolver la mirada a un proyecto de rehabilitación cuyas premisas de reconstrucción creativa, tanto desde un punto de vista arquitectónico como programático, contribuyen a devolver sentido a lo existente, conforme lo recuperamos y reanimamos, sin perder de vista los valores de la historia que cuenta cada edificio, cada palmo urbano.
“Encontrémonos en el patio de la plataforma superior” me propuso Alexis por el teléfono celular. La cafetería de la Factoría del Conocimiento, donde habíamos quedado en encontrarnos, estaba cerrada. El patio, con su pavimento de piedra, y la luz de pozo típica de los vacíos en nuestro Quito de claustros y celdas, fue el punto de partida perfecto para la conversación y el recorrido por este laberinto de estratos que se han ido acumulando en el tiempo contra una peña. “Originalmente, este edificio fue la fábrica textil La Victoria. De hecho, según un estudio realizado por el arquitecto e historiador Alfonso Ortiz, fue la primera fábrica textil de la ciudad”, me explicó Alexis, Director del equipo arquitectónico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes de la PUCE, que llevó a cabo el diseño de la rehabilitación y las intervenciones nuevas. “Se la construyó a finales del siglo XIX y constituye un excelente ejemplo de arquitectura tardío Republicana. Con el tiempo, y conforme cambiaban las necesidades, se fueron añadiendo espacios, lo cual resultó en un conjunto de naturaleza ecléctica. Tratamos de recuperar la expresión de cada período. Las cubiertas que fueron construidas con chapa de metal, por ejemplo, se mantuvieron metálicas. Las que fueron de teja, son de teja”.
Parados en el centro del patio, miramos a nuestro alrededor, orientados hacia el sur del Centro Histórico de Quito. A nuestra izquierda fluían el agua del río Machángara y los automóviles de la Avenida Cardenal de la Torre. A nuestra derecha, se levantaba un imponente muro de contención sobre la Avenida Maldonado. “Estamos en la boca del sur de Quito”, continuó Alexis. “A lo largo de este tramo se desarrolló el primer distrito industrial de la ciudad. La corriente del río permitía poner en marcha los molinos. A partir de 1908, cuando Eloy Alfaro inauguró el ferrocarril, la presencia de la estación en Chimbacalle catalizó más aún el desarrollo industrial de la zona. Cuando decayó la producción textil, en la década de los 50, la propiedad pasó a formar parte del acerbo de la Caja del Seguro Social. Desde entonces, cumplió varias funciones, primero como fábrica de puertas de metal, luego como colegio y, por último, como depósito del seguro social”. Las ruinas de lo que fuera gloria fabril se erosionaban inexorablemente, hasta que el Municipio del Distrito Metropolitano de Quito y el FONSAL (Fondo de Salvamento) decidieron recuperarlas para que se convirtieran en la sede de una incubadora empresarial y un cibernario.
Chimenea de la fábrica original. En la fachada principal puede verse el trato diferencial que se da a las ventanas nuevas, lineales –como la chimenea- y de vidrio.
¿Qué es un cibernario?, le pregunté a Osvaldo, Coordinador del proyecto arquitectónico. “Un cibernario es un centro de capacitación donde se imparten cursos de informática a la comunidad, a la vez que se provee un espacio donde puedan desarrollarse nuevas modalidades de software,” me explica. A este servicio público, se suman otros: una bolsa de empleo, un ciber café, laboratorios, zonas de trabajo, incubadoras de empresas, salas de reuniones, oficinas… “Lo más interesante de trabajar en este proyecto fue desarrollar el componente programático. Al inicio, nuestros clientes tenían una idea vaga de lo que querían. Tomó varios meses elaborar el programa con ellos. Nuestro referente primordial fueron los Centros de Emprendimiento de Barcelona”. La Factoría del Conocimiento es, por sobre todo, lo que sintetiza su nombre: un lugar donde la manufactura se reinterpreta como producción de conocimiento. La nueva función que cumple hoy por hoy el edificio que nació como fábrica de textiles no facilita la creación de mercancías, sino que provee la plataforma logística para que puedan nacer empresas, relaciones y saber. Y la arquitectura se adapta muy bien a estos nuevos fines gracias a un partido claro que consiste en articular tres plataformas con un patio central y un sistema de circulación que, además, integra otros servicios como las baterías sanitarias. En la plataforma superior se alojan una casona de dos plantas y el patio; en la plataforma intermedia se ubican las naves principales, cubiertas por grandes cerchas de madera rojiza; y en la inferior, las industriales, con sus gruesos muros portantes de mampostería, donde los vanos son proporcionalmente inferiores a los llenos. Es interesante que el patio, de ser un espacio residual, pasó a ser el corazón articulador del nuevo proyecto.
Cubierta de madera y chapa de metal
“Para aprovechar al máximo la luz que penetra por las ventanas, decidimos mantener abierto el plano y utilizar subdivisiones traslúcidas”, interviene Alexis, mientras atravesamos las generosas naves industriales. “Esto nos permitía hacer visibles las relaciones y cualidades espaciales, a la vez que ofrecíamos autonomía. El espacio se mantiene flexible y bien iluminado. Nadie tiene una oficina cerrada. Nadie trabaja en un cubículo oscuro. El vidrio y el policarbonato nos permitieron mantener un criterio de transparencia y apertura que facilita la comunicación entre las personas; un criterio muy común en el diseño de oficinas actual, sin divisiones físicas y opacas”. La necesidad de facilitar el flujo de la luz y la gente derivó en una ocupación de los generosos espacios industriales con ´cuerpos menores´ o contenedores que flotan de manera orgánica y organizada en los galpones. La postura frente al edificio existente es tan clara como el partido arquitectónico y muy acorde con los lineamientos establecidos en la Carta de Venecia, una carta internacional sobre la conservación y la restauración de monumentos históricos y conjuntos histórico-artísticos, que fue suscrita en 1964. Las intervenciones nuevas contrastan con lo existente y no pretenden emularlo ni replicarlo. Es decir, lo nuevo se introduce como una capa más en el tiempo del edificio; responde a sus nuevas necesidades con materiales modernos como el acero, el vidrio templado, el aluminio y el policarbonato. “Y si bien lo nuevo no intenta imitar ni replicar lo antiguo, respeta sus geometrías y lenguaje”, resume Alexis. “Las ventanas nuevas se inspiran en aquéllas industriales e integran un pivote horizontal. Los bajantes se dejan vistos, se embuten en la pared o se construyen junto con los muros de contención. La paleta de materiales se respeta: piedra de tonalidad similar a la utilizada en el conjunto para el pavimento del patio central; madera para los pisos al estilo del parqué industrial; ventanas que combinan madera reforzada con metal y grandes marcos de metal de manera que dialoguen con las existentes y recuperen su geometría. Se rescatan los muros de piedra. Estaban disimulados bajo una capa de enlucido; se les devolvió el protagonismo, mejorando la textura, revocándolos para que la piedra brote. Se abren ventanas hacia el patio, para relacionar los espacios interiores con aquéllos exteriores”. No sorprende que el proyecto haya ganado una mención en el Premio Santiago de Compostela, un reconocimiento de la Cooperación Urbana. La Factoría del Conocimiento constituye un excelente ejemplo de adaptación y reciclaje.
Translucidez y transparencias.
Puente que conecta el volumen principal con la plataforma intermedia.
Altillo que aloja el Ágora Empresarial
Escalera roja manufacturada con placas continuas, dobladas
Sala de la Palabra. Los vestigios de recubrimiento en las paredes y la decoración original se mantuvieron.
Autor: Ana María Durán Calisto
Nunca antes había entrevistado a alguien caminando. Y eso fue lo que hicimos con Alexis y Osvaldo, deambular por los espacios de la Factoría del Conocimiento, palpando las texturas de las paredes de piedra y tierra, observando las bellas cerchas de madera del que fuera un galpón industrial, ubicándonos bajo la línea de sombra de las ventanas y, por supuesto, conversando –conversando sobre el edificio, su historia, la filosofía detrás de la rehabilitación, la postura de la intervención nueva frente al tejido arquitectónico existente. Si hay un tema que está siendo debatido y recuperado entre los arquitectos y urbanistas del mundo entero, desde la China preocupada por la pérdida de los centros históricos que los turistas occidentales reclaman cuando la visitan; pasando por los diseñadores norteamericanos que buscan descifrar cómo reactivar las estructuras obsoletas de su era industrial, cuyas ciudades se vacían y encojen; hasta los artistas latinoamericanos, muchos de los cuales levantan su discurso sobre las ruinas de una Modernidad que se descascara o tritura, víctima de la negligencia o la sustitución; o los medioambientalistas, quienes sostienen que el continuo reemplazo de lo existente por lo nuevo es insostenible, de cara al agotamiento definitivo de los recursos naturales y las materias primas en un planeta cuyas fronteras (en el sentido de “territorio por descubrir o explotar”) se reducen al punto que las próximas conquistas comienzan a postularse en Marte o la luna. El imperativo de reciclar lo que tenemos y aquello que solíamos desechar se ubica en el centro de los debates de la contemporaneidad. Por eso, me pareció importante devolver la mirada a un proyecto de rehabilitación cuyas premisas de reconstrucción creativa, tanto desde un punto de vista arquitectónico como programático, contribuyen a devolver sentido a lo existente, conforme lo recuperamos y reanimamos, sin perder de vista los valores de la historia que cuenta cada edificio, cada palmo urbano.
“Encontrémonos en el patio de la plataforma superior” me propuso Alexis por el teléfono celular. La cafetería de la Factoría del Conocimiento, donde habíamos quedado en encontrarnos, estaba cerrada. El patio, con su pavimento de piedra, y la luz de pozo típica de los vacíos en nuestro Quito de claustros y celdas, fue el punto de partida perfecto para la conversación y el recorrido por este laberinto de estratos que se han ido acumulando en el tiempo contra una peña. “Originalmente, este edificio fue la fábrica textil La Victoria. De hecho, según un estudio realizado por el arquitecto e historiador Alfonso Ortiz, fue la primera fábrica textil de la ciudad”, me explicó Alexis, Director del equipo arquitectónico de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes de la PUCE, que llevó a cabo el diseño de la rehabilitación y las intervenciones nuevas. “Se la construyó a finales del siglo XIX y constituye un excelente ejemplo de arquitectura tardío Republicana. Con el tiempo, y conforme cambiaban las necesidades, se fueron añadiendo espacios, lo cual resultó en un conjunto de naturaleza ecléctica. Tratamos de recuperar la expresión de cada período. Las cubiertas que fueron construidas con chapa de metal, por ejemplo, se mantuvieron metálicas. Las que fueron de teja, son de teja”.
Parados en el centro del patio, miramos a nuestro alrededor, orientados hacia el sur del Centro Histórico de Quito. A nuestra izquierda fluían el agua del río Machángara y los automóviles de la Avenida Cardenal de la Torre. A nuestra derecha, se levantaba un imponente muro de contención sobre la Avenida Maldonado. “Estamos en la boca del sur de Quito”, continuó Alexis. “A lo largo de este tramo se desarrolló el primer distrito industrial de la ciudad. La corriente del río permitía poner en marcha los molinos. A partir de 1908, cuando Eloy Alfaro inauguró el ferrocarril, la presencia de la estación en Chimbacalle catalizó más aún el desarrollo industrial de la zona. Cuando decayó la producción textil, en la década de los 50, la propiedad pasó a formar parte del acerbo de la Caja del Seguro Social. Desde entonces, cumplió varias funciones, primero como fábrica de puertas de metal, luego como colegio y, por último, como depósito del seguro social”. Las ruinas de lo que fuera gloria fabril se erosionaban inexorablemente, hasta que el Municipio del Distrito Metropolitano de Quito y el FONSAL (Fondo de Salvamento) decidieron recuperarlas para que se convirtieran en la sede de una incubadora empresarial y un cibernario.
Chimenea de la fábrica original. En la fachada principal puede verse el trato diferencial que se da a las ventanas nuevas, lineales –como la chimenea- y de vidrio.
¿Qué es un cibernario?, le pregunté a Osvaldo, Coordinador del proyecto arquitectónico. “Un cibernario es un centro de capacitación donde se imparten cursos de informática a la comunidad, a la vez que se provee un espacio donde puedan desarrollarse nuevas modalidades de software,” me explica. A este servicio público, se suman otros: una bolsa de empleo, un ciber café, laboratorios, zonas de trabajo, incubadoras de empresas, salas de reuniones, oficinas… “Lo más interesante de trabajar en este proyecto fue desarrollar el componente programático. Al inicio, nuestros clientes tenían una idea vaga de lo que querían. Tomó varios meses elaborar el programa con ellos. Nuestro referente primordial fueron los Centros de Emprendimiento de Barcelona”. La Factoría del Conocimiento es, por sobre todo, lo que sintetiza su nombre: un lugar donde la manufactura se reinterpreta como producción de conocimiento. La nueva función que cumple hoy por hoy el edificio que nació como fábrica de textiles no facilita la creación de mercancías, sino que provee la plataforma logística para que puedan nacer empresas, relaciones y saber. Y la arquitectura se adapta muy bien a estos nuevos fines gracias a un partido claro que consiste en articular tres plataformas con un patio central y un sistema de circulación que, además, integra otros servicios como las baterías sanitarias. En la plataforma superior se alojan una casona de dos plantas y el patio; en la plataforma intermedia se ubican las naves principales, cubiertas por grandes cerchas de madera rojiza; y en la inferior, las industriales, con sus gruesos muros portantes de mampostería, donde los vanos son proporcionalmente inferiores a los llenos. Es interesante que el patio, de ser un espacio residual, pasó a ser el corazón articulador del nuevo proyecto.
Cubierta de madera y chapa de metal
“Para aprovechar al máximo la luz que penetra por las ventanas, decidimos mantener abierto el plano y utilizar subdivisiones traslúcidas”, interviene Alexis, mientras atravesamos las generosas naves industriales. “Esto nos permitía hacer visibles las relaciones y cualidades espaciales, a la vez que ofrecíamos autonomía. El espacio se mantiene flexible y bien iluminado. Nadie tiene una oficina cerrada. Nadie trabaja en un cubículo oscuro. El vidrio y el policarbonato nos permitieron mantener un criterio de transparencia y apertura que facilita la comunicación entre las personas; un criterio muy común en el diseño de oficinas actual, sin divisiones físicas y opacas”. La necesidad de facilitar el flujo de la luz y la gente derivó en una ocupación de los generosos espacios industriales con ´cuerpos menores´ o contenedores que flotan de manera orgánica y organizada en los galpones. La postura frente al edificio existente es tan clara como el partido arquitectónico y muy acorde con los lineamientos establecidos en la Carta de Venecia, una carta internacional sobre la conservación y la restauración de monumentos históricos y conjuntos histórico-artísticos, que fue suscrita en 1964. Las intervenciones nuevas contrastan con lo existente y no pretenden emularlo ni replicarlo. Es decir, lo nuevo se introduce como una capa más en el tiempo del edificio; responde a sus nuevas necesidades con materiales modernos como el acero, el vidrio templado, el aluminio y el policarbonato. “Y si bien lo nuevo no intenta imitar ni replicar lo antiguo, respeta sus geometrías y lenguaje”, resume Alexis. “Las ventanas nuevas se inspiran en aquéllas industriales e integran un pivote horizontal. Los bajantes se dejan vistos, se embuten en la pared o se construyen junto con los muros de contención. La paleta de materiales se respeta: piedra de tonalidad similar a la utilizada en el conjunto para el pavimento del patio central; madera para los pisos al estilo del parqué industrial; ventanas que combinan madera reforzada con metal y grandes marcos de metal de manera que dialoguen con las existentes y recuperen su geometría. Se rescatan los muros de piedra. Estaban disimulados bajo una capa de enlucido; se les devolvió el protagonismo, mejorando la textura, revocándolos para que la piedra brote. Se abren ventanas hacia el patio, para relacionar los espacios interiores con aquéllos exteriores”. No sorprende que el proyecto haya ganado una mención en el Premio Santiago de Compostela, un reconocimiento de la Cooperación Urbana. La Factoría del Conocimiento constituye un excelente ejemplo de adaptación y reciclaje.
Translucidez y transparencias.
Puente que conecta el volumen principal con la plataforma intermedia.
Altillo que aloja el Ágora Empresarial
Escalera roja manufacturada con placas continuas, dobladas
Sala de la Palabra. Los vestigios de recubrimiento en las paredes y la decoración original se mantuvieron.
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