Publicado en boletín informativo Amaguesign, FADA, Quito, Noviembre 2005.
En el prólogo que escribió el arquitecto chileno Alejandro Aravena para un libro sobre la ciudad de Santiago, cuenta que cuando entrevistaba a un estudiante de la Universidad Católica de Chile, supo que éste había construido artesanalmente un “plotter de corte” en su casa, porque quería poder imprimir sus maquetas tal como imprimía sus dibujos. El estudiante no inventó esa máquina; sabemos que varias versiones de la misma existen en el mercado. Su inmenso mérito, sin embargo, radica en haber construido algo que “si falla, se puede reparar con alambre”; en no haberle temido a la tecnología; en haberse dado el trabajo de comprenderla y re-inventarla con los medios que tenía a la mano.
Tenemos mucho que aprender de ese estudiante, quien en lugar de descartar lo tecnológico como un imposible que no tiene cabida en Latinoamérica, porque aquí somos pobres y nos gusta sentirnos pobres, manufacturó su propia versión artesanal de un objeto electrónico sofisticado. Es esta mentalidad que resuelve el cómo en lugar de descartar el qué la que nos sacará algún día de la mediocridad que tan a menudo justificamos con una supuesta falta de medios.
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