Entrevista publicada en Revista Clave N. 19, agosto 2010, Quito.
Autor: Ana María Durán Calisto
“Lo que yo recojo no es basura. Basura es aquello que ya no sirve” dice José Zagati, el entrañable protagonista del documental brasileño Mini Cine Tupy (2003), del director Sérgio Bloch. Zagati, un minador de basura en las enormes periferias de San Pablo, montó una sala de cine en su garaje con un proyector, bancas, cintas y hasta afiches encontrados entre los desechos de su ciudad. Quería compartir con los niños de su barrio la magia que lo conmovió a él cuando –niño- vio por vez primera una película. Así nació el Mini Cine Tupy.
Las imágenes del documental comienzan a desprenderse por asociación o afinidad cuando ingreso al estudio del colectivo al bordE. Una puerta de madera se sostiene sobre jabas de cola tensada con pulpos y ligas para servir de escritorio a David Barragán y Pascual Gangotena, sus fundadores. Varios tubos de PVC alineados en una matriz cumplen la función de portador de planos. En el patio de ingreso se levanta una cubierta construida con madera reciclada de la construcción: “lo único nuevo en esta estructura es el playo que tuvimos que comprar para montarla”, me explica Pascual, mientras observo el garaje sin automóviles de al bordE. Una tras otra se alinean las bicicletas de todos sus colaboradores. En ellas se encarna la filosofía de diseño que rige la práctica de estos jóvenes arquitectos, su postura ante la ciudad: ellos proponen que se la camine, se la ruede, se la sienta y se deje de contaminarla. Viven al borde y trabajan con lo que tienen a su alcance, pero sin estar al margen de lo que ocurre en el mundo de la arquitectura a escala global: saben de medios de transporte y energía alternativos, de redes de comunicación y colaboración, de reciclaje, de manejo eficiente de los recursos y de sistemas de construcción ancestrales y modernos. Lo saben y lo viven. Su cultura arquitectónica se acerca a un culto a la naturaleza y a las grandes periferias latinoamericanas. La bicicleta y su filosofía son el factor común de este misceláneo grupo en el que cada miembro tiene su propia “pinta” –de rockero, de montañista, de bohemio o de bicicletero. Todos son, además, arquitectos.
El equipo. De izquierda a derecha, en tercer plano: María Luisa Borja, Cynthia Ayarza, Diego Núñez, Esteban Benavides y David Barragán; en segundo plano: Pascual Gangotena y Jorge Andrade; en primer plano: Kike Villacís.
Fotografía: Chris Falcony
En el vestíbulo-terraza de al bordE huele a cigarrillo. “Esta es la zona de fumadores” aclara Diego, uno de sus colaboradores, conforme me guía hacia el interior de la casona ubicada en la esquina de las calles Los Ríos y Esmeraldas, en pleno Itchimbía. En lugar de una “oficina de arquitectura” (o lo que solemos imaginar como tal) el espacio que se revela parece la bodega luminosa de un viejo museo o de una galería, o el estudio de un artista o científico loco. Hay objetos regados por todas partes, materiales, libros, ordenadores, sillas. Llaman la atención varias pelotas de ping-pong pegadas entre sí sobre una mesa. “¿Y eso para qué es?” pregunto. “Son estudios basados en el trabajo de Buckminster Fuller” responde David. “Fueron parte del diseño de una casa en Monpiche. La sumatoria de pelotas nos permite analizar las relaciones geométricas y traducirlas a superficie, línea y estructura”.
Adentro huele a café. David me prepara uno mientras me cuenta: “aquí la estructura es horizontal. Nos gusta así. Pascual y yo preparamos el café para todos”. La taza de Pascual es un cilindro metálico con un mosquetón por manija. Perfecta. Pregunto por los objetos construidos con materiales reciclados, precarios o prefabricados. Una estructura compuesta de caña guadua y sogas fue silla y ahora sirve de candelabro, suspendida como araña del tumbado en el cual se conservan, al igual que en las paredes, los revestimientos decorativos originales. Otra silla blanca, de plástico y para exteriores, está forrada con rodelas de goma rosada. Un anaquel en el corredor se balancea entre planchas de policarbonato que se vuelan a cada lado como un mini-puente colgante para las maquetas. El espacio transpira vitalidad, experimentación y creatividad. “Para trabajar con nosotros, los aspirantes hacen una ‘prueba de actitud’, no de aptitud. Generalmente les pedimos que diseñen y construyan una silla, como puedan, con lo que puedan, en una semana. Las condiciones son que funcione y sea transportable”, me cuenta Pascual. Imagino a las sillas colonizando por completo el estudio, animadas hasta expulsar a sus creadores, como ocurriría en un cuento de Julio Cortázar. De hecho, en ellas se condensan los que parecen ser temas fundamentales de la arquitectura de al bordE: reciclaje, nomadismo y temporalidad.
Fotografía: Chris Falcony
El proyecto de al bordE para la Escuela Nueva Esperanza acaba de ser seleccionado por los jurados de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU) como uno de los treinta y cinco más representativos y mejores de Iberoamérica. En el reportaje de Anatxu Zabalbeascoa para El País, publicado el 29 de abril de este año, se lo menciona entre otros cuatro y se lo muestra en un primer plano. “Hay jóvenes capaces de captar el espíritu del mundo de hoy: los problemas de la sociedad más allá de la arquitectura. Son gente que para diseñar utiliza más información de periódicos que de revistas de arquitectura”, afirma el arquitecto chileno entrevistado, Enrique Browne, uno de los jurados de la BIAU. Sus palabras parecen dirigidas a al bordE, cuyas láminas para el concurso están cargadas con estadísticas –“algunas deprimentes, otras alentadoras”, dice David- sobre la educación pública en nuestro país y sobre la problemática de las escuelas uni-docentes.
Escuela Nueva Esperanza, El Cabuyal, Manabí. Proyecto seleccionado para integrar el Panorama Iberoamericano de Obras en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo, VII BIAU 2010
“Cada proyecto tiene una historia. ¿Cuál es la que está detrás de la Escuela Nueva Esperanza?”, les pregunto. “Todo inicia con un quiteño harto de la vida en Quito”, narra David. “Un día decidió que quería vivir en la playa, donde pudiera cultivar una finca orgánica. Recorrió la costa ecuatoriana de punta a punta. Así fue que encontró El Cabuyal, una playa comunitaria en Manabí, donde todo es de todos. Allí le ofrecieron un espacio y se asentó. Aprendió a pescar y, con el tiempo, se dio cuenta de que los niños caminaban tres kilómetros hasta la escuela uni-docente más cercana. A veces ocurría que el profesor no llegaba y no tenía como avisarles a los niños para que no fueran –las escuelas uni-docentes deberían tener una vivienda en su flanco. En todo caso, el quiteño harto de Quito (no puedo decir su nombre pues nos ha pedido mantenerlo en el anonimato), decidió que tenía que devolver algo a la comunidad que lo había acogido con tanta generosidad e instauró una escuela. Inicialmente funcionaba en una choza que resultó demasiado pequeña para depositar el material didáctico necesario para el estilo de educación que promueve y demasiado abierta para evitar que padres y niños pequeños interrumpieran las clases”. Fue entonces que “el quiteño” se puso en contacto con al bordE para pedirles que diseñaran una escuela hexagonal, amplia, con un presupuesto de 200 dólares. El Estado ya le había ofrecido entregarle de manera gratuita uno de sus galpones, pero al quiteño le parecieron demasiado representativos de una educación que rechazaba por represiva, restrictiva y clásica. La base hexagonal cumplía con sus requisitos pedagógicos, pues proveía dos caras para ventilación e iluminación, otra para el acceso y tres para colocar pizarrones. “Te haremos una nave espacial”, respondieron los de al bordE, y eso al cliente le encantó.
Para poder construirla por 200 dólares, que es mucho dinero para una comunidad que vive del trueque y la agricultura, llegaron a un pacto con los pobladores de El Cabuyal: la comunidad construiría la base (cada familia donó uno de los horcones) y el equipo de voluntarios organizados por al bordE levantaría el resto en una semana –la Semana Santa. Todos colaboraron: el profesor y su familia, los miembros de la comunidad y el equipo de al bordE. El diseño fue pensado para que se lo pudiera construir sin mano de obra calificada y con herramientas básicas (El Cabuyal no tiene servicio eléctrico). “La escuela durará unos diez años, al igual que las casas”, prosigue David. “Los pobladores de la zona recogen lo que el mar bota: troncos, trozos de madera dura, los despojos de la deforestación en la costa. Guardan el material debajo de sus casas. Conforme la casa se desgasta, renuevan las paredes, los pisos, el techo tejido. Eso nos gusta. ‘Eso’ es sostenibilidad. Construir con materiales locales, con lo que se tiene a la mano. La gente recupera su autoestima cuando entiende que sus materiales y su forma de construir son valiosos. Nos interesa la arquitectura vernácula y nos interesa el tema constructivo, no la forma, ni el estilo. Dejar que el material sea lo que es y adquiera la forma que le es natural: un techo de paja no es horizontal, un muro de tierra no es delgado. Los materiales y el proceso constructivo son los protagonistas de nuestra arquitectura”.
No sorprende que al bordE mantenga una profunda afiliación con los aspectos sociales de la arquitectura, pues es una de las tres vertientes de la que fue Fundación Un Techo para Ecuador (a pesar de la similitud del nombre, tiene muy poco que ver con Un Techo para mi País), una comunidad de voluntarios formada en el año 2003 para construir proyectos con los más necesitados. Un Techo para Ecuador planteaba que no se necesita formación profesional, ni académica, ni técnica para construir, siempre y cuando se utilicen sistemas comprensibles y modulares, y se coopere. “Cuando presentamos nuestro trabajo en Maracaibo”, cuenta David, “nos preguntaron si somos de izquierda. Suele ocurrirnos que nuestras presentaciones derivan en discusiones sobre política. Les respondemos que no es un tema de ser de izquierda o de derecha, simplemente nos interesa la realidad y responder a ella. Nuestra postura es completamente pragmática y nuestra forma de pensar es la misma, independientemente del cliente o del presupuesto. Analizamos los recursos que tenemos y vemos que puede hacerse con ellos. Quizá nuestro trabajo termina siendo interpretado como político porque trabajamos con la sociedad y en proyectos sociales. Es importante que lo hagamos, que nos involucremos. Al burócrata lo que le interesa es cortar una cinta frente a una cámara en una inauguración e ingresar una cifra. Es un patrón que se repite en las instituciones públicas y privadas de toda América Latina. A nosotros lo que nos interesa es entregar algo mejor que el galpón tipo o el aula jaula, servir a las comunidades y acercarnos a las instituciones para ofrecerles alternativas”.
Así son los de al bordE. No ofrecen estabilidad. Viven de tomar riesgos, de dar el salto. Y su postura está dando frutos tremendamente creativos e interesantes. Los dejo con dos: la Casa Entre Muros, el proyecto germinal de la colaboración entre David y Pascual, que fue pre-seleccionada en la VII BIAU 2010; y el conjunto Wiphala, una serie de casas construidas con un método híbrido de cajas estructurales en madera que se montan con grúa sobre cajas portantes de ladrillo.
Casa Entre Muros, Tumbaco, Quito, 2008: galardonada con el 20 + 10 + X Architecture Award, Tercer Ciclo 2009, World Architecture Community
Casa 002, Conjunto Wiphala, Llano Chico, Quito, 2010
Casa 001, Conjunto Wiphala, Llano Chico, Quito, Ecuador, 2010
2 comentarios:
Como arquitecto ecuatoriano realmente me alegra ver colegas de mi país sobresaliendo y lo que es mejor haciendo lo que les gusta. Saludos desde Manta y felicitaciones.
Desde Bs.As.Argentina destaco ese modo natural de interacción con el medio a través del diseño. Se trata de provocar estéticamente y funcionalmente. Los felicito.
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